¿Tu vida habla de tu fe?
Hace unos días leí una frase que me hizo reflexionar. La misma decía así: "Tu vida de cristiano, es el único evangelio que mucha gente leerá". Seguidamente, un nuevo amigo me recordó que la fe sin las obras está muerta. Y es verdad, el ejemplo que damos a nuestros prójimos con nuestras vidas, puede determinar que vean en nosotros un reflejo de Jesús o... todo lo contrario. Cristo veía en toda alma un ser que debía ser llamado a su reino. Se relacionaba con las personas en las calles de la ciudad, comía en los hogares de los ricos y de los pobres,de los sabios y de los ignorantes, subía a sus botes, adoraba en sus sinagogas, enseñaba a orillas del lago, socializaba con ellas en las fiestas de bodas y trataba de elevar sus pensamientos de los asuntos comunes de la vida a cosas espirituales y eternas. Jamás le importó relacionarse con prostitutas, enfermos de lepra o incluso endemoniados. Recordemos por ejemplo, la historia de la mujer Samaritana: Era la hora sexta del día, y ella creyó que sería seguro ir hasta el pozo. Generalmente evitaba ir al pozo cuando había otras mujeres. Los rumores, las miradas... Sabía lo que pensaban acerca de ella. ¡Como ansiaba tener un amigo!. Alguien que le hablara, que le hiciera sentir valiosa. Un hombre estaba sentado al lado del pozo. No era usual que un hombre estuviera allí. "Dame de beber" pidió él. Sus palabras estaban llenas de bondad. Al mirarla, ella sintió que había algo diferente en él. Había bondad en sus ojos. Ternura. -“Eres judío”. ¿Porqué me pides que te de agua?- - “Soy una mujer samaritana” Ella creyó que entonces él dejaría de hablarle. No era solamente samaritana sino también mujer; y los hombres judíos no tenían tiempo para ninguna de las dos cosas. Pero él no lo hizo. En lugar de eso, le ofreció a ella de beber. Una bebida que nunca despertaría su sed nuevamente. En él, su corazón encontraba lo que ella estaba buscando. Aceptación, perdón, valor... Jesús había visto la necesidad de su corazón. Les había dicho a sus discípulos que necesitaba pasar por Samaria. Sabía que allí había una persona necesitada esperándolo. Él sabía que podía satisfacer la necesidad de ese corazón. Esa era su misión. Satisfacer las necesidades de la gente. Ayudarles a ver que su mayor necesidad era él. Él los encontraba exactamente donde ellos estaban. Satisfacía sus necesidades físicas. Pero además de curar sus cuerpos, su toque curaba emocionalmente. Él traía amor, bondad… Muchos de los heridos no podían ni siquiera recordar cuando habían visto una mirada amable por última vez, o habían sentido un toque cálido o escuchado una palabra de amor. Él llenaba su corazón vacío. Jesús nos dio un ejemplo a seguir la noche en que se arrodilló para lavar los pies de sus discípulos. Tomando el lugar de siervo, lavó los pies de hombres que querían ser grandes; y al enseñarles a ser siervos, les dijo que hicieran a otros lo que él había hecho por ellos. Nosotros, también tenemos que satisfacer las necesidades físicas, emocionales y espirituales de otros. Hacernos siervos. Dar aliento. Ayudar a llevar las cargas de los que nos rodean. Las necesidades físicas pueden ser las más básicas y fáciles de reconocer; sin embargo, las necesidades emocionales pueden ser más difíciles de determinar. Generalmente, sonreímos para cubrir lo que tenemos en nuestro interior. A veces nos sentimos tan inseguros y solos con nosotros mismos que pensamos que a todos los demás les está yendo bien. Aún así, pocas veces compartimos nuestros sentimientos verdaderos o permitimos que otras personas vean nuestras necesidades reales. Las necesidades espirituales y emocionales son a veces las más difíciles de ver. Vamos a la iglesia cada semana, vestidos de la mejor manera. Pasamos por los pasillos y sonreímos. Puede ser que nos pregunten: “¿Cómo estás?”. Generalmente, respondemos “bien” sin importar como nos sentimos realmente. Nuestra vida espiritual quizás pueda estar seca. Incluso puede ser que nos resulte difícil orar. Puede ser que la Biblia no esté viva en nosotros. Escuchamos a otros hablar acerca de lo que Dios está haciendo en su vida, y a veces muchos de nosotros nos hemos preguntado dónde está él en la nuestra. No queremos que la gente sepa lo que está pasando en nuestra vida; o que piensen que tenemos problemas. El estar dispuestos a compartir honestamente con otros lo que está pasando en nuestra vida, ayudará a que ellos compartan con nosotros sus experiencias. Podemos satisfacer las necesidades espirituales y emocionales de las personas cuando estamos dispuestos a compartir nuestras experiencias con honestidad, desde nuestro corazón. Jesús nos dio un ejemplo a seguir. Él encontraba a las personas allí dónde estaban. Satisfacía las necesidades más profundas de su corazón. Podía ser una pequeña necesidad como la de una comida, o una gran necesidad, como la vida eterna. Algunas veces eso llevaba pocos minutos, otras veces pasaba tardes o noches haciéndolo. Él dedicaba la cantidad de tiempo que fuera necesario para abrazar su corazón. Recordemos a los cristianos primitivos de los que nos habla el Nuevo Testamento: Cuando prestamos atención a las descripciones que se hacen en la Biblia sobre la Iglesia Primitiva, vemos que existía entre ellos un concepto radical de comunidad. Estaba comprendida por hombres y mujeres, ricos y pobres, blancos y negros, judíos y gentiles, gente educada y gente sin formación, estando todos unidos por un verdadero amor, cuidándose el uno al otro, a causa de su experiencia personal del amor de Dios. La Iglesia no la entendían como erróneamente se ha ido entendiendo posteriormente a lo largo de los siglos, como un conjunto de paredes y un techo sagrados. La entendían, como se debe entender, es decir, como un conjunto de personas que compartían una misma fe y un mismo Espíritu. El amor genuino que tengamos los unos con los otros, será lo que nos distinguirá de los demás; y lo que podrá atraer a los demás hacia Cristo. Vivimos en un mundo hostil y frío donde mucha gente vive en soledad ¿no es cierto? Es por ello que Dios quiere que la iglesia sea un hogar donde haya verdadero amor, atención y apoyo y especialmente hacia aquellos que más lo necesitan. La bendición del Señor desciende cuando la iglesia es una, en corazón y propósito. No debemos apartarnos de los demás. A fin de alcanzar a todas las clases, debemos tratarlas donde se encuentren. Rara vez nos buscarán por su propia iniciativa. Sigamos nos otros el ejemplo de aquel que tanto nos amó sin importarle nuestra condición y hagámoslo con nuestros prójimos. Permitamos que nuestra vida sea el evangelio que mucha gente lea.
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